Un verdadero Docente de Lengua es un experto en escritura, oratoria, comunicación.

Los alumnos necesitan admirar cómo usa la palabra su Docente. Deben poder entusiasmarse, identificarse, copiarlo y superarlo. Deben tener la certeza de que la clase de Lengua sirve para algo.

La ortografía y la gramática son necesarias. Pero los alumnos no las aprenden por sí mismas; no porque sean vagos, sino porque no las sienten útiles. Estudian lo necesario y, conseguida la nota correspondiente, relegan lo estudiado al olvido. No saben para qué usarlo, porque sus Docentes no les enseñan a escribir y a comunicarse oralmente, de tal modo que la gramática y la ortografía finalmente se demuestren indispensables.
¿Qué esperamos de un Docente de Educación Física, cuando se pone a enseñar fútbol o vóley o básquet? ¿Qué se limite a hacer estudiar los reglamentos correspondientes, y luego tome prueba escrita? De ninguna manera. Esperamos que sepa jugar, y que enseñe a jugar en vivo. Pero entonces, ¿por qué un Docente de Lengua debería quedarse fuera de su propia cancha? ¿Por qué los escritores, los comunicadores, tendrían que estar por definición fuera del aula, y ser mostrados por el Docente a sus alumnos como si se tratase de extraterrestres geniales? ¿No es posible, acaso, ser escritor y al mismo tiempo docente? Que lo digan Leopoldo Marechal, Julio Cortázar, Gabriela Mistral, Antonio Machado, Joanne Rowling o Stephen King. Tampoco es imposible ser orador y docente, como lo fueron Pedro Goyena o José Manuel Estrada.
Pero, claro está: ser un verdadero Docente de Lengua, es decir, un escritor y un comunicador oral experto a la vez en capacitar a otros, es una empresa difícil. Requiere mucho tiempo, y una formación de la más alta calidad. Un Docente de Lengua debe desarrollar habilidades para decir y escribir con solvencia todos los tipos de textos presentes en la vida social, desde la poesía hasta el periodismo, desde el guión hasta el texto legal. Es un profesional que, como los atletas, los músicos o los cirujanos, debe estar todos los días en su campo de trabajo, ejercitándose y produciendo. Si no, se atrofiará; perderá el uso de sus herramientas lingüísticas y de las habilidades físicas y psíquicas que las sostienen.
Esto se aplica especialmente a los Docentes de los Niveles Primario y Secundario, mucho más importantes para nosotros que los del nivel universitario. En efecto, es entre los 6 y los 17 años cuando adquirimos nuestra competencia lingüística dentro del medio social, más allá de nuestra familia de origen; competencia que nos posibilita, entre otras cosas, acceder a la Universidad. Son los Docentes de Lengua los que nos dan el uso de la palabra.
Ahora bien: sabemos, por otra parte, que nuestro país no invierte en sus Docentes de Lengua. No les paga de acuerdo con el valor estratégico que tiene su trabajo; no los forma en las habilidades y capacidades que necesitan.
Las consecuencias están ante nuestros ojos. Gran cantidad de nuestros niños y jóvenes quedan discapacitados para la comunicación. Son analfabetos funcionales, capaces de reconocer letras y sonidos pero no de usarlos para construir textos eficientes y de calidad. Muchos de nuestros compatriotas, cuando se ven en la necesidad de expresarse, evitan escribir, por vergüenza o conciencia de incapacidad, o evitan hablar en público, por inhibición y falta de recursos oratorios. Incluso muchos profesionales, políticos, periodistas, y voceros de organizaciones sociales, se encuentran ante el dilema de hierro: o callarse, o escribir y hablar en forma ineficiente y defectuosa.
Salgamos al rescate de nuestros Docentes de Lengua. Formémoslos como profesionales capaces. Son ellos los únicos que pueden devolvernos la Palabra perdida.

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