Terapia psicológica: la cocina de los deseos

En general, las personas consultan a un psicólogo porque un problema las angustia. Pero, por suerte, a la psicología se le puede pedir mucho más. Una terapia nos da la oportunidad de encontrar nuestros deseos más intensos, y nos reconstruye para que podamos conseguirlos.

Renzo nos pide que lo ayudemos a superar sus episodios repetitivos de insomnio. Al cabo de un tiempo de tratamiento, Renzo logra el reposo nocturno, pero hemos descubierto que el insomnio encubría otra preocupación, realmente fundamental para él, que era el gran jaque a su necesidad de dormir. Lo que acosa a Renzo es su deseo de disfrutar y hacer rendir su profesión de arquitecto. ¿Por qué? Porque ese deseo, a su vez, tropieza con un gran inconveniente: sus padres hubieran querido que, en vez de la incierta arquitectura, Renzo, el hijo único, se dedicara a administrar la panadería que la familia lleva adelante con sacrificio diario desde hace tres generaciones. El proceso terapéutico modifica entonces su rumbo. ¿De qué se trata ahora? De que Renzo pueda usar su energía psíquica para comprometerse con su profesión de arquitecto y, al mismo tiempo, encuentre formas de tener un vínculo de amor con sus padres que no impliquen su trabajo en la empresa familiar, y no generen agresión ni culpa.
Elvira entra en su primera sesión y afirma con aparente desparpajo: “Te aviso que soy una drogona bárbara; me doy con lo que haya a mano”. Recibimos con ecuanimidad esa afirmación, tomamos nota de ella, pero invitamos a Elvira a que continúe hablándonos libremente, poniendo en palabras lo que pasa por su mente. Al cabo, constatamos que, en efecto, Elvira toma alcohol en demasía, fuma copiosamente y consume, periódicamente, cocaína. Pero van apareciendo en su discurso otros asuntos de su vida, mucho más importantes, que son los que originan y sostienen la adicción.
Escuchamos que, tras ser víctima de abuso en su infancia dentro de su propia familia de origen, nuestra paciente ha vivido experiencias de pareja y de trabajo en las que se ha colocado sin darse cuenta en una posición de víctima, bajo el dominio de diversas personas que se han aprovechado de ella y la han maltratado: sus parejas, sus familiares, sus socios ocasionales y hasta sus amigos. Esto la ha llevado a situaciones de despojo y violencia que han puesto en peligro su subsistencia económica, su salud y su misma vida. A los sesenta años, Elvira ha quedado prácticamente despojada de su patrimonio; por otra parte, la violencia doméstica le ha dejado en el cuerpo marcas profundas, a nivel óseo, articulatorio y renal.
A esta altura, ya se nos ha hecho claro que Elvira no ha emprendido su terapia para reprimir sus adicciones. Lo que quiere es que, aunque sea a partir de los sesenta, se le empiece a cumplir un deseo. ¿Cuál? El deseo de tener en su vida, por fin, relaciones de amor. Como en el caso de Renzo, nuestro objetivo no es tanto lograr que se adapte a una supuesta vida normal; es sobre todo ayudarla a aproximarse a su deseo: construir relaciones de afecto, de entrega mutua, poder darse el gusto de la pasión y la ternura y, en el mundo del trabajo, buscar por fin su provecho económico y su desarrollo profesional.
Es así cómo, por un camino o por otro, una terapia psicológica bien hecha termina incubando, alimentando, ayudando a parir un deseo. A la hora de hacerlo, un proceso terapéutico no tiene fronteras: los deseos son multicolores y aparecen en todos los campos: desde la religión hasta el sexo, desde la política hasta la crianza infantil.

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