Tentaciones de la psicología amateur: “Lo que pasa es que…”

Opinar sobre la cabeza y el corazón del otro es seductor. Sentimos un escalofrío de curiosidad, que confundimos con lucidez. Ahí nomás abrimos la boca…

Y en general, “embarramos la cancha”.
¿Qué sucede?
En primer lugar, sabemos muy poco acerca del otro, aunque lo conozcamos de toda la vida. En segundo, relacionamos automáticamente lo que el otro nos cuenta con nuestras propias experiencias, y creemos que son iguales. En consecuencia: no pudiendo resolver nuestros propios problemas, nos consolamos resolviendo, ya mismo, los de los otros.
¿Qué diríamos si, cuando Josefina le cuenta a Manuela los dolores que le causa la desviación de su columna vertebral, Manuela le respondiera: “Lo que pasa es que vos no te ponés derecha, Jose. Vos tenés que caminar erguida, querida.”? Tacharíamos a Manuela de tonta y agresiva. Sin embargo, nosotros tendemos a decir enormidades parecidas.
Interpretamos atropelladamente la conducta del otro. Y creemos ciegamente en los consejos que brotan de nuestra fiebre interpretativa.
Abundan, en este contexto, las frases típicas.
Introducciones: “Yo te dije desde el principio que…”, “¿Vos querés que te diga lo que pienso?”
Confusiones: “A vos te pasa lo mismo que a mí [que a mi marido, que a mi hija, etc.]”.
Ingenuidades: “Pero ¿por qué no hacés X de una vez por todas?”, “¿Pero vos no te das cuenta de que…?”.
Interpretaciones fáciles y ciegas: “Lo que sucede es que vos…”, “Eso tiene un nombre: …”, “Fulano/Fulana es un/una …”, “Bueno: ¿cómo querés que eso no pase si…?”.
Recetas de urgencia: “Querida: mientras vos no…”, “Mirá: vos tenés dos caminos,…”, “Vos tendrías que…”,
Es sencillo decirle a la mujer de un hombre violento que tiene que separarse de él. No cuesta nada aconsejar a un hombre explotado que se consiga un trabajo mejor. A una pareja que decide adoptar un hijo, es fácil sugerirle que no lo haga porque puede el chico tener problemas congénitos, o que lo haga porque el amor lo puede todo y ya van a salir adelante. Cuando un hombre está enamorado sin esperanzas, es sencillo repetirle que de mujeres está lleno el mundo.
Pero esas intervenciones no arreglan nada.
En cambio, si le ofrecemos al otro nuestra escucha; si le respondemos con gestos de afecto, y con preguntas, entonces empezaremos a serle útiles. Podremos acompañarlo y, con él, echar luz y desplegar el problema, para empezar a comprenderlo.
Descubriremos siempre que su situación es más compleja de lo que parecía; que a lo mejor nosotros, en su lugar, tampoco podríamos resolverla así nomás; que tiene más de una solución, que ninguna solución es completa, o que la solución verdadera es larga y vueltera.
Y además, descubriremos que hay aspectos del problema del otro que no tienen, aparentemente, explicación. ¿Por qué nuestro amigo, un hombre inteligente y bien parecido, sigue enamorado de esa mujer que lo traiciona una y otra vez? ¿Por qué nuestra vecina se obstina en mantener abierta la mercería de enfrente, en la que no entra nadie y que le produce sólo pérdidas? ¿Por qué nuestro primo está empezando a estudiar una carrera por cuarta vez, habiendo dejado truncadas en primer año a las tres anteriores? Frente a esos enigmas, habrá que recurrir al profesional de la psicología.
Veremos que un psicólogo profesional se caracteriza, justamente, por el hecho de que no opina así nomás; no da órdenes ni consejos. Es humilde, paciente y trabajador. Aliado de su paciente, busca con él las raíces inconscientes de sus conflictos y lo va ayudando a colocarse en posición de ir resolviéndolos por sí mismo.

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