Riesgos psicológicos del negocio de la política

Un buen número de políticos, o aspirantes a serlo, se plantean esa actividad como un emprendimiento económico, destinado a “salvarse”. ¿Cómo les va?

Existen políticos, a todo nivel, que trabajan auténticamente para cumplir con su función de servidores públicos.
Sin embargo, cualquiera de nosotros puede armar, en minutos, otra lista: la de los políticos enriquecidos a través del aprovechamiento ilegítimo de sus cargos. En los tres poderes del Estado, desde presidentes hasta funcionarios en el sótano del organigrama.
A los políticos corruptos se los ve prósperos y sonrientes. Quienes luchan por sobrevivir los odian, o los aman como los chicos a los reyes magos. Quienes tienen cierto pasar económico, tiempo para pensar y ambición, pueden tentarse con la idea: ¿no sería bueno ser un político más?
Es como soñar con ser un futbolista, un tenista, un artista, un periodista. Fama, dinero y mil ofertas de amor.
Con la ventaja de que dedicarse al negocio de la política no implicaría aprendizaje duro. Sólo requeriría dedicación exclusiva: “24 / 7”. Habría que concentrarse en una sola cosa: trenzar, transar, rosquear.
Es decir, tratar de ir ascendiendo a puestos de poder y manejo de dinero cada vez más altos. Eso se logra ofreciendo lealtad a otros políticos ya colocados, a cambio de ser su lugarteniente: cubrirles las espaldas, armar sus negocios, ser su mensajero y negociador frente al resto de los poderosos, construir su imagen y leyenda en los medios y las redes, y conspirar contra sus opositores.
Cada vez que ascienda, el político podrá aspirar al escalón siguiente, y se verá rodeado de otra camarilla de aspirantes que, con tal de ocupar su lugar algún día, lo ayudarán a llenar la bolsa.
La psicología de un político corrupto suele producir un plan que parece infalible.
Consta de tres etapas:
1) Conseguir un cargo que “tenga caja”, o sea, que les permita recaudar dinero de la población (a través de impuestos, permisos, habilitaciones, licitaciones, nombramientos, operaciones de compra o venta, etcétera).
2) Al realizar las operaciones que acabamos de enumerar, cobrar dinero en forma oculta e ilegal. Por ejemplo, otorgar cargos, permisos o licitaciones a cambio de una “coima” o “retorno”.
3) ¡Disfrutar de los placeres de la vida!
Este paso tiene dos variantes. La más elemental es darse lujos inaccesibles al común de la gente. La más extrema (perversa, en términos psicológicos) es, simplemente, dedicarse al placer de almacenar cada vez más dinero.
El grave problema del plan del político corrupto es que tiene que renunciar a cosas elementales para un ser humano: el amor, el aprendizaje, el trabajo productivo y la capacidad de crear.
Nadie que entregue su vida a la rapiña será capaz de construir una relación amorosa, que se define por la entrega mutua entre personas libres. Los gestos de amor serán una cáscara que ocultará la posesión y la esclavitud.
Nadie que trabaje sólo para su bolsillo podrá aprender ni producir ni crear nada, salvo la pobre tecnología del robo y el ocultamiento.
La ilusión de robar por un tiempo y, ya “salvado”, dedicarse a “lo que le gusta”, y empezar a ejercer el amor y la inteligencia, también es un sueño inútil. Resecado por la costumbre perversa, los gestos de la acumulación y la contienda entre ladrones se le habrán convertido en reflejos neuronales de hierro. La pasión, la caricia y el chispazo mental, enterrados, no aparecerán para salvarlo.
Desde el punto de vista psicológico, el político corrupto corre hacia la muerte con entusiasmo ciego. Mientras tanto, cada vez más solo, va apilando gente que lo odia.

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