¿Por qué postergamos lo que más queremos?

¿Por qué dejamos para mañana el acercamiento a la persona que amamos, el proyecto que nos apasiona, la decisión que va a cambiarnos la vida, la conversación con quien nos puede ayudar?

Postergar algo que deseamos, y que está en nuestras manos hacer, es una conducta extraña, increíble… pero frecuente. La estudiamos en psicología, y se le viene dando un nombre un tanto extraño: “procrastinación”. Viene del latín, a través del inglés “procrastinate” / “procrastination”.
“Pro cras”, en latín, significa “para mañana”.
Ejemplo típico de procrastinación: a) Marcos es pianista y tiene amplia experiencia en diversos géneros musicales; b) se quedó sin trabajo en la empresa que le daba de comer; c) vive en una ciudad llena de casas de fiestas, bares, colegios, iglesias y demás lugares que pagarían por alguien que hiciera música en vivo. Y sin embargo, hace tres meses que está quieto en casa, comiéndose la indemnización. Un día no sale porque le duele el estómago; otro, porque es lunes y no va a haber nadie; otro, porque es viernes y van a estar demasiado ocupados; otro, porque piensa que no tiene repertorio; otro, porque cree no conocer a nadie en esos lugares; otro, porque cree que está fuera de práctica; y así sucesivamente.
¿Cuál es el mecanismo psíquico de la procrastinación, o postergación? Para explicarlo, recurramos a una leyenda que tiene ya 1700 años. El protagonista es un militar romano. Su nombre se perdió; pero, como pertenecía a la infantería ligera (era un “expeditus”), la tradición lo ha llamado Expedito. Se cuenta que nuestro soldado había recibido la orden de participar en las persecuciones contra los cristianos, a los que el emperador Diocleciano había declarado traidores a la patria. Al ver el aplomo con que las víctimas enfrentaban el maltrato y la muerte, Expedito se conmovió y quiso salir de las filas de los represores. Pero eso implicaba la pérdida de su puesto y, probablemente, de su vida. Lo pensó mucho. Y lo curioso fue que, cada vez que se ponía a cavilar sobre el problema, aparecía un negro cuervo a su lado, y graznaba: “Crrac, crrac”. Entonces Expedito, sin saber por qué, dejaba la decisión para el día siguiente.
Hasta que un día se dio cuenta: el cuervo hablaba. No graznaba “Crrac, crrac”, sino que gritaba: “¡Cras! ¡Cras!”, “¡Mañana! ¡Mañana!”
En ese instante, paró de cavilar: espantó al cuervo y renunció al ejército.
Expedito contó más tarde la historia, y, naturalmente, los cristianos que la difundieron identificaron al cuervo con el demonio. Nosotros aportamos otra interpretación, desde el enfoque psicológico. Expedito creía oír “¡Mañana!” no porque el cuervo lo dijera, sino porque él mismo quería postergar la decisión: le hacía decir al cuervo lo que él se decía a sí mismo. Y el conflicto de Expedito no era querer y al mismo tiempo no querer; era tener dos motivaciones incompatibles entre sí: renunciar al rol de represor y conservar el status de un militar políticamente correcto.
Esto nos aclara la situación de nuestro amigo Marcos, el pianista. ¿Por qué posterga la búsqueda de trabajo? Porque, en él, luchan el deseo de trabajar como músico y el deseo de… ¿satisfacer a un padre que considera la música un pasatiempo inútil? ¿depender de alguien que lo mantenga? ¿evitar ser evaluado, porque se cree carente de talento musical?
Tendría que investigarlo. Para eso sirven los psicólogos: para descifrar conflictos.
Todos nosotros postergamos algo que deseamos. Si queremos saber qué estamos postergando, investiguemos nuestros olvidos, nuestros accesos de “fiaca”, nuestras quejas sobre obstáculos que podríamos, en realidad, superar.

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