¿Obsesionado? ¿Obsesivo? Ganas de comer no es lo mismo que hambre.

Un cocinero que prevé los ingredientes y el tiempo necesarios, merece que lo contraten. Un cocinero que emplea más tiempo en prever y medir que en cocinar… necesitaría un tratamiento.

La depresión propiamente dicha es una enfermedad profunda de nuestra personalidad, y al mismo tiempo tan sutil, que la persona deprimida no se da cuenta de que la padece. De hecho, cuando alguien puede decir conscientemente “estoy muy deprimido”, es probable que no sufra una psicosis depresiva. Seguramente sufrirá una gran angustia, estará intensamente triste, contrariado por alguna frustración, nostálgico o lleno de pesimismo melancólico; pero no verdaderamente deprimido.
Para entender qué sucede en la depresión, expliquemos algunas nociones psicológicas, con sus nombres científicos (en negrita inclinada). En nuestro aparato psíquico (un modo de llamarlo, tomado de la biología), nuestro yo, centro de nuestra identidad y nuestras decisiones, debe oficiar de árbitro entre dos grandes fuerzas: por un lado, las exigencias de nuestros deseos; por otro lado, las exigencias de la realidad. Lo que logra el yo, en general, es negociar el mejor acuerdo posible entre esas dos potencias en conflicto.
Por ejemplo, tomemos el caso de Eustaquio, quien, atraído hacia la bella Sinforosa, busca saciar su deseo de amor, pero al mismo tiempo sabe que la realidad le impone límites y le permite sólo ciertos procedimientos. Por eso, no desmaya a Sinforosa de un mazazo en la vía pública y se la lleva al hombro a su casa para hacerle el amor. En cambio, reprime sus urgencias: conversa con ella, la invita a salir, va siguiendo el camino que va de la mirada a la caricia y al beso… El deseo se realiza, pero gradualmente, por caminos socialmente previstos.
Además, en general, la represión de ese deseo resulta un tanto exagerada: por ejemplo, Eustaquio no se atreve a abordar a Sinforosa porque nunca cree tener el dinero suficiente para invitarla a salir, o Sinforosa lo rechaza porque tiene un hijo de un matrimonio anterior, y teme que eso espante a Eustaquio. Cuando reprimimos el deseo en demasía, en nombre de supuestas exigencias de la realidad, nuestra conducta se convierte en neurótica. Así pues, neuróticos somos, de un modo u otro, la mayoría de los seres humanos. Un neurótico sufre angustia y aflicción, pero no depresión propiamente dicha.
Ahora bien: hay personas cuyo yo, al mediar entre la realidad y el deseo, en vez de reprimir el deseo, elige negar la realidad. Entre esas personas están las que sufren de depresión.
El que está profundamente deprimido no intenta siquiera dirigirse hacia las personas o cosas que desea; trata incluso de negarlas, como si no existieran. Corta la comunicación con los demás, descuida contactos y movimientos necesarios para la supervivencia, puede llegar a reducirse a la inmovilidad de su cuarto y de su cama. Como si el yo dijera: “voy a quedarme quieto, porque ahí afuera no hay nada que desear”.
Como la depresión intenta suprimir no el deseo sino la realidad, se dice que no está en el campo de las neurosis, sino en el de las psicosis. Importantes corrientes psicológicas están de acuerdo en que tiene sus raíces en vivencias importantes de pérdida sufridas en los primeros años de vida; vivencias compuestas de elementos reales y elementos fantaseados. No es, ciertamente, culpa de los padres; se produce en el terreno del inconsciente.
Y tampoco es incurable: puede tratarse, combinando medicamentos psiquiátricos con un indispensable tratamiento psicológico. El camino es ayudar al paciente a que, paso a paso y muy de a poco, vuelva a considerar sus deseos como realizables, y pueda reconocer en la realidad objetos que los satisfagan.

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