“Moda” del maltrato versus Lucha contra el maltrato.

Analicemos la psicología del maltrato. Muchos usan la palabra como un comodín, para su provecho. Pero las víctimas reales, muchas veces, quedan sin defensa; los verdaderos maltratadores, impunes.

Para entender el maltrato a fondo, abordémoslo desde el punto de vista de la Psicología.
Comencemos por sus síntomas, definidos en la Clasificación Internacional de Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud y el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM5).
Maltrato es un “acto” que produce “daño” a otra persona. “Son […]
los actos no accidentales de fuerza física […] que provoquen […] una probabilidad razonable de provocar daños o miedos significativos,
los actos sexuales forzados o bajo coacción
y los actos verbales o simbólicos que pudieran provocar daños psicológicos; por ejemplo,
recriminar o humillar a la víctima,
someterla a interrogatorios,
restringir su libertad de movimientos,
obstruir su acceso a la asistencia,
amenazar a la víctima,
dañar o amenazar la integridad de personas o cosas que importen a la víctima,
restringir injustificadamente su acceso a los recursos económicos,
aislarla de su familia, amigos o recursos sociales,
acecharla
o intentar hacerle creer que está loca.” (código 995, DSM5)
Nuestra primera observación es el amplio rango que cubren las conductas de maltrato. Por eso he transcripto el texto con formato de lista, que deje claro cada elemento particular.
Sin embargo, desde el punto de vista de la Psicología no basta con enumerar conductas. El objetivo de la Psicología no es el mismo que el de la Ética o el del Derecho. La Ley busca enumerar conductas de maltrato, para dar a los ciudadanos protección, defensa e indemnización. La Ética (religiosa o no) busca enumerar conductas de maltrato comparándolas con valores (justicia, amor), para que la gente las evite o repare voluntariamente.
¿Qué busca la Psicología? Algo diferente y esencial. Busca explicar por qué sucede el maltrato, y, por lo tanto, cómo prevenirlo y remediarlo, trabajando con los deseos y emociones de los individuos y los grupos.
Si en una pareja Juan golpea a María o María golpea a Juan, el damnificado o la damnificada harán bien en ir primero a la Ley, para proteger su vida y salud. Pero si aprecian todavía a su pareja, y si cada uno de ellos aprecia su salud individual, deberán buscar la ayuda de un psicólogo. Habrá que rastrear cuáles son las raíces de la violencia en esa pareja particular: cómo se origina y desencadena. Y más allá: habrá que investigar qué tendencias y deseos de cada uno de ellos pueden derivar en conductas violentas, o conectarse fatalmente con tendencias y deseos del otro hasta derivar en maltrato.
Si, en un curso, un grupo de alumnos acosa y maltrata a un compañero, lo primero será que la autoridad apele a la Ética y trate de reformar su conducta en aras de la solidaridad, los derechos humanos o la caridad cristiana. Pero, inmediatamente, habrá que ponerse a trabajar con un profesional de la Psicología para comprender qué sucede: qué actitudes o cualidades de la víctima azuzan a sus perseguidores; en nombre de qué fantasía colectiva se unen como manada de lobos; a quién persiguen realmente, si a la víctima o a alguien a quien no pueden alcanzar y que es el real objeto de su odio; cómo la víctima favorece sin darse cuenta la persecución; cómo puede desintegrarse el grupo persecutorio si se lo divide y se trabaja con los problemas individuales de sus integrantes.
En síntesis, detrás de cada maltrato, la Psicología encuentra por lo menos dos damnificados: la víctima y el victimario. Los dos deben cambiar.

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