Leer, escribir y contar: lo básico no es sencillo.

En todos los ambientes de nuestra sociedad abundan los analfabetos. Aunque pueda descifrar “qué dice” un papel o una pantalla, escribir un “mensajito” en el celular, hacer una cuenta en la calculadora, una persona puede ser analfabeta, y sufrir por su ignorancia.

¿Por qué tantos actores del sector ciudadano, profesionales, políticos, empresarios y sindicalistas, naufragan si no tienen un contador al lado que les explique “los números”, si no tienen un asesor que les lea los informes, les escriba los mensajes, y les enseñe a hablar en público? ¿Por qué hay que asegurarse de que los aspirantes a la universidad sepan comprender y redactar textos? ¿Por qué hay tanta desocupación, pero los empleadores se desesperan porque no encuentran trabajadores capacitados, o que sepan aprender?
Porque muchos de nuestros dirigentes, estudiantes y trabajadores son, en los hechos, analfabetos. Su situación es conocida como analfabetismo funcional. Conocen los códigos, las letras y los números, pero no saben qué hacer con ellos, cómo usarlos para pensar y comunicarse.
En el mundo de hoy, la escuela pública primaria, para la mayor parte de los chicos o adultos, es la única oportunidad de recibir educación formal. Aún así, si la primaria no les enseña a dominar los textos lingüísticos y matemáticos, de modo que puedan conseguir trabajo y organizar su vida social y afectiva, estarán perdidos. Para los otros, que tienen dinero suficiente, existen la secundaria y la universidad. Pero, nuevamente, un bachiller o técnico o profesional que no sabe crear e interpretar textos, que no maneja los números como para diagnosticar y pronosticar su trabajo, también está perdido, por muy rico e influyente que sea, él o sus padres y padrinos.
Enseñar a leer no es sólo enseñar a descifrar. Es enseñar a interpretar lo que está escrito y a usarlo para algo. Es formarnos para que lo que nos escriben los demás no sea un instrumento de dominación, sino un material frente al cual podamos decidir.
Enseñar a escribir no es sólo enseñar a volcar en letras las palabras que se construyen en nuestra mente. Es enseñar a construir textos para lograr objetivos. Y enseñar a que nadie escriba por nosotros sin nuestra intervención.
Enseñar a contar no es sólo entrenar en habilidades mecánicas. Es enseñar a planear y resolver a través de los números, y a controlar a las máquinas y robots que nos ayudan en esas tareas.
¿Para qué sirve que un chico de primer grado reconozca o copie palabras, si el maestro no le permite usarlas para resolver problemas reales, o para satisfacer necesidades de comunicación? Un libro escolar no vale por la diagramación ni el color, sino por su capacidad para hacer que el alumno piense, actúe y escriba; un maestro no vale por sus palabras, vale por las palabras que logra hacer surgir en sus alumnos.
¿Para qué sirve que los alumnos, de cualquier nivel y materia, “busquen información”, si no les enseñamos a procesarla? ¿Para qué sirve “googlear”, si nuestros alumnos no saben construir una encuesta a personas reales, poner por escrito la observación de un lugar o de un hecho, analizar un texto para descubrir contenidos valiosos, o repeticiones, contradicciones, lagunas?
¿Para qué sirve “saber” sobre cualquier cosa, si no sabemos decir, escribir, nuestro conocimiento, o buscarlo donde esté escrito? ¿Qué futuro tiene evaluar o planear “a ojo”, si no sabemos expresar nuestros planes a través del lenguaje matemático?
Leer, escribir y contar, a fondo, es dejar de ser sólo objetos de las palabras de los demás, y llegar a ser sujetos, dueños de nuestra palabra.

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