La excitación del poder: una picazón sin alivio. (Tratamiento.)

¿Qué hacer con un grupo que ha sido creado para llevar adelante una tarea constructiva, pero se ha convertido en una bolsa de gatos peleados por el poder?

En un equipo de fútbol, la tarea es ganar partidos. Para eso se necesita alguien que planifique una estrategia de juego e indique a cada jugador lo que debe hacer para llevarla a cabo. Si el encargado es el director técnico, su misión no debe ser “tener a raya” a los jugadores, sino ayudarlos con sus indicaciones a que se gane el partido. Y si el equipo nota que el director técnico falla como conductor, porque los partidos no se ganan, éste debe estar dispuesto a renunciar.
Pero si el director técnico no renuncia, el equipo buscará otro líder, quizás un jugador con dotes de organización. Peligro: el director técnico y el jugador líder pueden dedicarse a ganar apoyos en el equipo, y olvidarse de que hay que ganar el próximo partido. El equipo puede dividirse, y el partido, perderse por falta de estrategia definida.
En mi artículo anterior analicé los procesos de oxidación que destruyen cualquier grupo (desde un equipo de fútbol hasta la comunidad política). El grupo en cuestión tiene siempre una tarea. Cuando se pone a hacerla, necesita coordinar energías. La coordinación de energías requiere que uno o más miembros ejerzan poder sobre otros: indiquen, aconsejen, organicen, tomen decisiones. Todo va bien mientras se conserven dos condiciones: a) que nadie ejerza poder sobre otro por el placer del poder mismo, sino en función de la tarea; b) que los jefes estén siempre dispuestos a renunciar al mando, si la tarea no funciona, o si los demás no están conformes con ellos.
Cuando un grupo es copado por la “interna” del poder, termina, tarde o temprano, en la muerte.
¿Quién salva al grupo de la muerte? Ninguna de sus facciones: ni “nosotros” ni “ustedes”. Se necesita una tercera persona, que vuelva a instalar a la tarea como objetivo y destrone a los líderes autocráticos.
¿Quién es esa tercera persona? LA LEY.
• La ley del fútbol es que hay que ganar partidos, no luchar para mandar en el equipo.
• La ley de una Asociación de Psicólogos es que hay que ayudar a los pacientes y profundizar el conocimiento científico del área, no competir para ver qué “iluminado” la dirige.
• La ley de un país es su Constitución, y las reglas de juego que están escritas en ella para la distribución del poder, no el caudillaje de ningún ciudadano ni grupo de ciudadanos.
• Una pareja no se rige por quién maltrata o castra a quién, sino por sus acuerdos, y por las leyes vigentes acerca de las sociedades conyugales o afines.
• Un grupo económico no se salva a través de la tiranía de los poderosos y los burócratas, ni a través de una revolución que masacre a los gerentes, sino creando un sistema con intervención de todos, con leyes que favorezcan tanto el esfuerzo individual y la competencia como la distribución del ingreso según las necesidades, y prevean mecanismos para la resolución de conflictos.
Donde veamos una puja por el poder, siempre encontraremos pares que se pelean; pero también, más allá, un tercer miembro de la situación, LA LEY DEL GRUPO, que ha quedado postergada y que tiene escondida la solución del conflicto.

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