La excitación del poder: una picazón sin alivio. (Diagnóstico.)

Grupos humanos creados para la vida y el desarrollo se convierten en hervideros de rencillas inútiles, entre ridículas y sangrientas. ¿Por qué?

Vivimos en grupos: pareja, familiares, amigos, compañeros, copropietarios, correligionarios, conciudadanos, invitados al zoom o al whatsapp… Para que cualquiera de esos grupos funcione, cada uno de nosotros aporta tiempo, energía, dinero. Cuando la combinación funciona, sentimos que hemos creado un grupo poderoso.
Y entonces, cada persona del grupo suele ponerse a pensar: “Ahora que estoy en este grupo, yo también debo ser más poderoso. ¿Cuánto poder del grupo tengo en mis manos? ¿Cuánto me gustaría tener?”
Ahí empieza la epidemia: el hambre de poder. No todos se contagian, pero no hay ninguno que sea inmune. Para colmo, el contagio es inconsciente: nadie reconocerá en sí mismo los síntomas; sólo podrá verlos en los demás.
Cualquier miembro del grupo que mire a su alrededor verá que hay en él cierta jerarquía interna. Hay jefes (la vecina del 6°B), y hay personas o grupos que tienen poder sobre cierta zona o actividad (el contador del consorcio, o el que tiene la llave de la pileta). Más atrás, existe un líder máximo del grupo. Es una persona idealizada, cargada de saber y de poder: el Propietario Alfa (quizá, el propietario más antiguo), o, en otros grupos, Papá, el Abuelo, la Ministra, la Encargada, la Doctora A, el Profeta B, el Dios C, el caudillo D, el Capo, la Licenciada X, la Compañera Y, el Comandante Z. Cualquier cosa hecha o dicha por él o en su nombre tiene fuerza de ley. Si ya está muerto, más todavía.
Todo miembro del grupo comienza a sentir un deseo creciente de acercarse a ese Líder: identificarse con él, ser su representante o, mejor aún, su reencarnación. Un medio de lograrlo es citar sus Palabras (“dijo el Fundador: ‘cinco por ocho, cuarenta’”), como un conjuro que convierta a una voz individual en la Voz suprema. Consecuencia inevitable: cada aspirante a líder tiende a pensar en los demás desde la posición de ese Conductor sublime. Cada uno siente la necesidad de ayudar a los demás, guiarlos, acercarles la palabra del Líder… ¡y darles órdenes en nombre de Él!
Paso siguiente: los miembros del grupo empiezan a competir, a ver quién es más líder y manda más; quién maneja el dinero del grupo, quién escribe la “doctrina” del Líder máximo, quién pone en fila a las personas. Los que no se ven ganadores en la competencia máxima, tratan de asegurarse por lo menos una zona de poder: si no pueden ser generales, por lo menos, desde un puesto de cabo, podrán tener zumbando a cuatro o cinco. Se llega así a enormidades (promulgar una ley, para crear un cargo, para colocar a un pariente, para manejar un presupuesto, para meterse el dinero en el bolsillo) o a ridiculeces (nombrar solista al cantante con peor voz, porque el director tiene miedo de perder brillo si el que canta es el talentoso).
Todos estos desmanes del poderoso, o del aspirante a poderoso, no se curan poniéndole enfrente a otro más poderoso que él, ni tampoco, simplemente, poniendo al mando al oprimido. Es como rascar donde pica: sólo se consigue un ratito de alivio, y más picazón que antes. El oprimido, o el jefe reemplazante, después de un tiempo de liberación, sentirán, sin falta, el deseo de reemplazar al tirano anterior, usando como pretextos, eso sí, la liberación y la igualdad.
¿Cómo desarticular el par opresor-oprimido? Me comprometo a pensar en eso con ustedes en nuestro artículo siguiente.

Últimas publicaciones

Riesgos psicológicos del negocio de la política

Un buen número de políticos, o aspirantes a serlo, se plantean esa actividad como un emprendimiento económico, destinado a “salvarse”. ¿Cómo les va?

¿Hablo o no hablo?

Muchas veces nos encontramos con personas que, aunque no se den cuenta, viven (si eso es vida) con un candado en la boca.

Discapacitados somos todos. ¿Cómo enfrentarlo?

Los discapacitados son el espejo de cada uno de nosotros. Son la prueba viva de la limitación humana, los representantes y los símbolos de nuestra humanidad defectuosa. La diferencia entre un discapacitado y un “normal” es sólo una diferencia de grado, y a veces aparente. A veces, incluso, inversa: un “discapacitado” puede ser nuestro maestro.

Información de contacto

Teléfono

Fijo: +54 11 4774-7163

Móvil: +549 11 4578-6524

Ubicación

Arce 243, 11º C

CP 1426, Ciudad de Buenos Aires

Argentina

Deje su consulta