La chancha y los veinte

No se puede ir con la chancha al mercado, y volver con la chancha y con los veinte pesos que nos pagaron por ella. Pero ¿a quién no le gustaría?

Esa fantasía feliz puede concretarse, sin embargo. No en la feria del pueblo, pero sí en el mundo de la psicología y sus consecuencias prácticas.
Las relaciones humanas abundan en situaciones en las que se enfrentan caminos incompatibles. No se puede hablar guardando silencio, estrechar y esquivar al mismo tiempo la mano de quien quiere saludarnos, servirle un café caliente y helado, amargo y dulce, con y sin arsénico…
Pero el juego de los deseos, emociones, intuiciones y pensamientos no se rige por esas leyes. Podemos odiar y amar a una persona, sentirnos atraídos hacia alguien a quien despreciamos, atacar a alguien que nos provoca miedo, extraviar los objetos más queridos. Un hombre puede soñar con ser sacerdote, y al mismo tiempo con tener una familia, una contadora exitosa puede querer dedicarse a la astrología, una chica puede enamorarse del vecino pero querer casarse con su novio de siempre. ¿Tener hijos primero, o conseguir primero un título profesional? ¿Hacer dinero o buscar trabajos desafiantes y originales? ¿Buscar una pareja hermosa o solvente? ¿Ser amigos o ser amantes? ¿Hacer música para gozarla o para ser un profesional? ¿Trabajar en política, o hacer trabajo puramente técnico para cualquiera que pueda pagarlo? ¿Separarnos de la pareja con la que estamos en conflicto, o tratar de solucionar las diferencias? ¿Pedir aumento de sueldo o buscar otro trabajo? ¿Trabajar en una empresa o en forma independiente? ¿Seguir viviendo aquí o trasplantarse a otro lugar?
Esas oposiciones aparecen en nuestra mente, en principio, como insolubles. Frustrantes, sin salida. En el lenguaje de la lógica, diríamos que son dilemas. O bien A, o bien B. Si elegimos A, entonces B quedará excluido, y viceversa. “Si elijo tener ante todo mis hijos, temo que nunca podré después construir una carrera profesional; si me gradúo primero, no voy a llegar a tener hijos y, si los tengo, los voy a atender mal y voy a ser una madre fracasada.”
Ahora bien: si agachamos la cabeza frente al dilema, por mucho que intentemos conformarnos con renunciar a A y abrazar B, o al revés, afrontaremos consecuencias psíquicas indeseables.
No se trata de hacer la carrera musical que nos apasiona, conformándonos de entrada con vivir una vida de privaciones; ni de soportar la carrera de administración de empresas, porque es el precio que hay que pagar para tener una situación económica desahogada. En los dos casos, aquello a lo que hayamos renunciado nos perseguirá inconscientemente, nos llevará al hastío y a la ineficiencia.
¿De qué se trata? De transformar el dilema en un problema. Un problema es algo que puede tener solución. Un dilema, no. El planteo no es “¿qué debo elegir: la música O la administración de empresas?”. Si lo tomamos como un problema, el planteo será “¿cómo puedo hacer para dedicarme a la música Y a la administración de empresas?”; dicho de otra manera: “¿cómo puedo encarar la carera musical para que resulte rentable?” o “si estudiara administración de empresas, ¿de qué forma debería hacerlo, que me permitiera también dedicarme a la música?” Nadie prohíbe que un músico pueda además administrar una empresa: las dos actividades podrían alternarse, la empresa podría ser musical, la administración podría ser una primera meta, que diera seguridad económica a una posterior etapa musical…
Obtener la chancha y los veinte es un problema, pero no es un objetivo imposible. Costará esfuerzo y creatividad, pero podemos conseguir resolverlo.

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