Hasta acá llegó mi amor

Sucede en muchas parejas. La vida en común es apacible; pero, cada tanto, de repente, un enfrentamiento los enoja y separa.

Consiguen dejar atrás el episodio; se reconcilian, brilla el amor después de la tormenta. Vuelven a entregarse, tranquilos, a la vida cotidiana. Pasa un tiempo y, cuando menos se lo esperan, estalla de nuevo el mismo conflicto. Como si, a pesar de haber intentado honestamente solucionar el problema, no hubieran podido aprender nada.
Para entender estas situaciones, sigamos el recorrido de un caso.
María y Juan son profesionales, a gusto con sus trabajos. Su vida afectiva y sexual es fluida y llena de buenos momentos. Viven en un departamento al que le sobran ambientes, y acarician el pensamiento de buscar un hijo.
No obstante, de vez en cuando sucede entre ellos una escena desconcertante. Uno de los dos entra en la cocina y encuentra unas piezas de vajilla que el otro ha dejado sin lavar. Si quien descubre el hecho es ella, cubre de gritos a Juan; si es él, organiza contra María un ácido discurso sarcástico. Acto seguido, la pelea: un tornado de una hora que los sacude y los deja exhaustos. Sigue un silencio eléctrico, y Juan se encierra o se va a la calle, mientras María queda dando vueltas entre la cama y el living, tan desolada como él.
Luego de la reconciliación que sigue, conversan sobre lo sucedido, pero no logran comprenderlo. Lo de los platos sucios no alcanza para explicar esas 12 horas fatídicas; podría haberse arreglado con humor y sentido común. ¿Qué sucede? ¿Por qué su amor llega hasta ahí, hasta la próxima tormenta, incomprensible, inevitable?
En un momento dado, hay un golpe de suerte. Juan decide emprender un tratamiento con un psicólogo, porque ha tenido episodios de taquicardia, seguidos de intensa angustia. Un día, habla de las famosas peleas por los platos sucios. El psicólogo observa que, probablemente, tengan necesidad de reclamarse otras cosas, no justamente lavados de vajilla, y no se atrevan a hacerlo. Lentamente, van apareciendo problemas latentes: que la madre de Juan es invasiva y agrede a María, que Juan experimenta sentimientos contradictorios con respecto a tener un hijo, que no le resulta fácil venderse a sí mismo como profesional. Va quedando claro que esos problemas impactan, indirectamente, en María. En consecuencia, Juan empieza a trabajar en su identidad profesional, a elaborar con María una “política de la pareja” con respecto a su madre, a dar pasos con ella hacia la decisión de ser padres.
Sigue una inusitada época de bonanza… pero, finalmente, la pelea tan temida vuelve a estallar.
¿Qué pasa ahora? Que también hay conflictos propios de María que influyen en la génesis del enfrentamiento, y que Juan intuye sólo vagamente.
Ahora es cuando el amor tropieza con un nuevo límite. Juan no quiere ni puede ser el psicólogo de María. Se juntaron para amarse, no para analizarse. Probablemente nadie conozca a María más íntimamente que Juan, pero ese no es el problema. El problema es que María no se conoce a sí misma lo suficiente. También ella necesita investigarse.
Muchas veces, con el tratamiento de uno de los dos miembros de la pareja alcanza, para descifrar y resolver los enfrentamientos. Muchas veces, no.
Lo esencial es que, en todos los casos, armar una pareja implica que cada uno se conozca a sí mismo lo suficiente como para poder lograr que sus conflictos personales no arruinen la relación. Prever que el amor no es sólo una cuestión de pasión, sino también un problema de ingeniería amorosa.

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