El dinero, desde la psicología

El dinero es muchas veces un tema crucial en una terapia. Porque nuestro paciente, angustiado, lo necesita y no lo consigue, o porque el dinero le juega bromas pesadas.

“Este es mi cuarto emprendimiento, y ya, otra vez, me está yendo mal.”
“Me acaban de echar: se van del país.”
“Decidimos que poníamos todo en común; pero mi mujer se guarda dinero.”
“Trabajo bien, pero el 15 ya estoy seco, y no sé en qué se fue la plata.”
“Le pedí mil pesos a mi hijo, y me soltó un discurso sobre el ahorro.”
“Gano mi sueldo en un banco, pero quiero ser disc-jockey.”
“Mi padre me pide dinero prestado; yo sé que se lo juega.”
Si nuestro paciente quiere trabajar con nosotros sus problemas económicos nos aseguramos de que haya consultado, si es necesario, a un economista o a un abogado. Porque nuestro paciente necesita datos, para poder cuestionar sus fantasías y su angustia. Además, si sabe cómo resolver el problema económico, podrá darse cuenta de que hay trabas psicológicas que, en el fondo, lo paralizan.
Ocupémonos entonces de los factores psicológicos que acechan nuestra relación con el dinero.
Si examinamos los distintos casos planteados, percibiremos que, en todos ellos, el dinero aparece como algo que puede medirse y que falta, alcanza o sobra, aumenta o disminuye, como la sangre en el cuerpo o la energía eléctrica en un dispositivo. Ahora bien: lo importante no es el dinero en sí mismo sino lo que simboliza. Percibimos que, según la cantidad y el punto de aplicación de nuestro dinero, lo que aumenta o baja es nuestro poder; es decir, nuestra capacidad para controlar y crear: en el mundo que nos circunda y en nosotros mismos.
Y aquí surge un problema. El deseo de poder, construido en nuestra primera infancia, puede dislocarse del resto de nuestra personalidad, crecer desordenadamente, aplastar a otros deseos y emociones, deformar nuestro pensamiento… Y el deseo de poder se expresa muchas veces a través del deseo de dinero. Por eso el ladrón no tiene límites, ni tampoco el tirano, ni el jugador; por el mismo camino puede también perder los límites un socio, un emprendedor o, incluso, alguien que debiera ser tan sólo una persona amada.
Esa pasión hipertrofiada por el dinero, símbolo del poder, puede aparecer disfrazada de su contrario, cuando los datos de la realidad son malos: nuestro paciente se siente sólo una víctima explotada, sin salida. La fantasía de ser omnipotente, vuelta del revés, se convierte en la de ser impotente frente a la pobreza, la mala suerte, la tormenta económica, el azar o la perfidia de los otros.
En cada una de las situaciones planteadas al principio de este texto puede descubrirse el juego de las fantasías de omnipotencia o de impotencia desvalida. ¿Por qué el despedido de un trabajo no logra ver posibilidades que quizá le abra el despido? ¿Por qué el emprendedor a repetición tiene paralizada su capacidad de previsión y análisis? ¿Qué quieren lograr el padre jugador con su hijo complaciente, o el hijo mezquino con su madre necesitada? ¿Qué fantasías tiene la persona que no logra tener capacidad de ahorro? ¿Por qué una pareja puede llegar a tramitar sus conflictos a través de la estafa? ¿Por qué nos frustramos de por vida eligiendo un trabajo que no queremos pero que nos soborna con el bienestar?
Esas son las preguntas que suscita un tratamiento psicológico. Con nuestro paciente, las vamos respondiendo, gradualmente, con paciencia. Y, a ese ritmo, nacen en su mente respuestas sólidas, cambios de fondo, con su correspondiente traducción económica.

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