¿El amor es tonto?

Se dice que es peligroso: nubla la inteligencia y amenaza los negocios ¿Será verdad? Se dice que es inmolación: entregarse al amado y olvidarse de uno mismo. ¿Será verdad?

Vamos a decirlo de entrada.
El que ama nunca es tonto. Si es tonto, entonces está enfermo: no ama, realmente. La mejor prueba de que dos personas se aman es que ambos estén haciendo por el otro cosas inteligentes, es decir, que les hagan bien al que las hace y al que las recibe.
El amor es una emoción, y las emociones son inteligentes. No existe una inteligencia emocional, al lado de otra inteligencia racional. Existen las emociones, cada una con sus aplicaciones intelectuales propias y con su conjunto propio de habilidades para la acción.
El amor, en particular, produce un tipo específico de habilidades y de pensamiento: la inteligencia productiva, la capacidad para construir, con elementos simples, conjuntos más complejos relacionados con la vida. Cuando María, por amor, tiene relaciones sexuales con Juan, construye con él un conjunto vital, pero además se construye a sí misma y desarrolla a su compañero (sin hablar de que, eventualmente, generen nuevos seres humanos). Ahora bien: cuando María desarrolla un programa para analizar la resistencia de los materiales de una represa, también hace una tarea de amor; por muy indirectamente que sea, desarrolla algo relacionado con la vida.
Un caso límite de amor es el de entregarse a la muerte para que salvar la vida de la persona amada. Aun entonces, existe una compensación inteligente: el que da la vida sabe que es gracias a él que el otro seguirá teniendo historia.
Pero, en general, nuestras situaciones son mucho menos extremas.
Tomemos el caso de la vida en pareja. Está llena de problemas para el amor. Problemas afuera: la distancia física o social entre los amantes, las calamidades políticas, sanitarias o económicas, incluso los golpes de mala suerte. Problemas adentro: los ritmos desparejos en la relación sexual, los deseos diferentes de cada uno con respecto al otro, las otras personas amadas de cada uno que pueden entrar en conflicto con la pareja (hijos, padres, afectos de hoy o de ayer), el tironeo entre la vida de pareja y el trabajo o los proyectos de cada uno.
Es entonces cuando se ponen en marcha los trabajos del amor.
El amor verdadero no es una charla babosa. Busca que los amantes se coordinen, negocien, creen y ensayen modos de poner de acuerdo sus formas individuales desparejas con la vida en común. Les hace inventar la forma de encontrarse aunque vivan alejados. Estimula que cada uno ayude al otro a irse al mundo de afuera, a trabajar y a desarrollarse, para poder volver. No compite con los amores externos de cada uno: busca formas de integrarlos, y si descubre que unos y otra son incompatibles, busca la mejor forma de concluir, o con aquéllos o con ésta.
Y es el amor el que plantea los límites de la pareja. No es tonto: sabe que la pareja puede terminar, o puede necesitar cambiar de forma para subsistir. Mide hasta dónde se estira la capacidad creativa de los amantes; anuncia cuándo los conflictos pesan ya demasiado, o no tienen solución. Plantea los cambios, o la necesidad de distanciarse, o separarse.
La manipulación del otro, la anulación e inmolación de sí mismo, el pegoteo sin límites, la destrucción celosa de los supuestos rivales, parecen espectáculos de amor. No son más que maniobras tontas y torpes; su fuente, su objetivo, no es el amor. Es la muerte.

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