Docentes: Francotiradores aislados en la niebla

El “cuerpo docente” de una institución escolar, en general, no existe. Si algo une a los Docentes no es, muchas veces, la tarea pedagógica, sino el afecto personal o la lucha por el salario. La Educación sufre.

Los Docentes de una universidad, jardín, colegio o escuela, ¿se reúnen o trabajan aislados, cada uno en su puesto, en su “quintita”?
Hay encuentros oficiales, las “reuniones de personal” y, en muy raras ocasiones, eventos llamados genéricamente “cursos de perfeccionamiento”. En general, ninguno de esos encuentros sirve para ayudar a los Docentes a crecer como educadores, ni para formar un grupo, equipo o cuerpo realmente orgánico.
Las reuniones de personal son pocas, y suelen limitarse a transmitir directivas sobre cuestiones de organización y a controlar el cumplimiento de tareas.
Los “cursos de perfeccionamiento” son a veces, simplemente, charlas “motivacionales”, dedicadas a entusiasmar a los Docentes con su tarea. Ahora bien, si un Docente está normalmente entusiasmado con su tarea (¡la ha elegido!), estas charlas carecen de sentido. Y si, por el contrario, el Docente sufre en la escuela problemas de capacitación, salario o relación humana, una charla que no solucione esos problemas tampoco servirá.
¿Qué nos queda? Hay “cursos de perfeccionamiento” que sí aportan a veces algo genuino al Docente: contenidos o métodos poco trabajados en la época de su formación, elementos de psicología aplicada al aula o enfoques pedagógicos destinados a replantear formas de aprender y enseñar. Pero estos cursos casi nunca valoran ni rescatan el talento y las innovaciones de los Docentes participantes, ni se dedican a sus problemas pedagógicos específicos, ni fomentan la interacción profesional entre ellos.
En la práctica, en la Docencia, cada cual debe arreglárselas por su cuenta con sus alumnos y su tarea; si le va mal, mala suerte y no hay remedio; si le va bien, nadie se enterará ni se lo reconocerá.
Quedan nuestros Docentes, entonces, arrojados a la indigencia social en el ejercicio de su profesión. Esto sucede automáticamente y sin palabras, como si fuera normal. Por eso muchos Docentes ni siquiera tienen oportunidad de darse cuenta de su drama.
Dos caminos para la supervivencia tiene el Docente solo: 1) Quedarse en la Institución, pero renunciar al entusiasmo y al placer de la enseñanza: soportar o reprimir a los alumnos, hacer su tarea de modo mecánico, acumular certificados y puntaje con criterio burocrático y sin crecimiento profesional, y ausentarse lo más posible. 2) Irse de la Institución, y trasladar su talento pedagógico a otra parte: el teatro, los medios masivos, la enseñanza particular, la actividad social o religiosa.
Ambos caminos son fatales, para los Docentes y para los alumnos de las Instituciones. Crean o profesionales frustrados o alumnos culturalmente discapacitados.
¿Cómo resolver el problema de la soledad profesional docente?
No se hace desde afuera. Hay que buscar la solución en los propios Docentes.
No hay Docente de una Institución que no haya descubierto algún procedimiento pedagógico, aunque sea mínimo, que sería útil para los demás. No hay Docente que no sepa más que los demás sobre algún contenido de la enseñanza, por alejado que parezca del campo de alguno de sus colegas. No hay Docente que no haya descubierto, para resolver conflictos, lograr disciplina de trabajo o tratar problemas de aprendizaje, alguna forma de trabajo original.
¿Por qué? Porque no hay ningún Docente igual a otro, y todos tienen algo que enseñar, sencilla y generosamente, a sus compañeros.
Un equipo Docente se arma a partir de ese punto. Aprender sobre cómo trabajan los demás y aprender cómo puede cada uno ayudar a los problemas de trabajo del otro.

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