Construir una pareja: no hay dos sin tres

Cuando dos personas se eligen por amor, ninguna de ellas viene sola. Las terceras personas aparecen en el camino, facilitando y complicando, al mismo tiempo, la vida en común.

El amor no es un milagro romántico. Lo aprendemos desde chiquitos, como se aprende a caminar o a andar sin pañales. Cuando logramos armar una pareja, buena parte del mérito lo tienen nuestros padres y madres, que nos han enseñado cómo se ama, y nos han mostrado la puerta, para que hiciéramos nuestro propio recorrido. Ellos son las terceras personas más importantes, el telón de fondo de nuestra pareja. Gradualmente, a la influencia de nuestros padres se suma la de nuestros amigos, compañeros, mentores, e incluso la de nuestros adversarios. Más adelante, si tenemos hijos, ellos son los terceros que más nos unen, porque despiertan en nosotros aspectos nuevos del amor.
Los terceros nos unen, pero pueden también separarnos.
Nuestra pareja puede tener, ya de entrada, personas incluidas, que vienen del pasado: los hijos provenientes de relaciones anteriores. ¿Cómo hacer para aceptar a esos chicos como parte del otro a quien amamos, pero admitir también que no somos su padre o madre?
Otros terceros que pueden complicarnos son las familias de origen de cada uno. Un caso típico y popular es el de las suegras y los suegros, que, por no poder desprenderse de un hijo o una hija, les amargan la vida a la nuera o al yerno en cuestión. Los cuñados de ambos lados, pueden también estar funcionando, inconscientemente, más que como hermanos de nuestra pareja, como hijos de ella, o jueces, o rivales, u objetos de amor idealizados...
Pero hay más “terceros” en discordia potencial. No hablamos sólo de triángulos e infidelidades. Podríamos llegar a sentir que nuestra pareja está más enamorada de su trabajo, o profesión, o ideología, o religión, o aficiones, que de nosotros. Es que cada uno de nosotros dos tiene su propia vida, autónoma, independiente y original. Son esas diferencias, las “cosas del otro”, las que pueden levantarse como obstáculos entre los dos; en esos casos, uno de los dos se sentirá abandonado, menospreciado; el otro, vigilado y atacado injustamente.
Como si todo esto fuera poco, existen “terceros” disfrazados, que nos causan problemas.
Sucede que, a medida que la convivencia se desarrolla, vamos dándonos cuenta de que cada uno tiene también problemas íntimos, psicológicos. Puestos a vivir juntos, puede suceder, por ejemplo, que ciertas conductas neuróticas de cada uno se conecten entre sí, y reaccionen como los ingredientes de un explosivo. Una pareja puede entrar en guerra por unos platos sin lavar, por un precio, por el uso de una prenda de ropa. El peligro será mayor aún si uno de los dos tiende a deslizarse hacia patologías más inhabilitantes, como las adicciones, la depresión o la violencia.
Si los miramos de cerca, veremos que esos problemas psicológicos individuales venían desarrollándose en cada uno, en realidad, ya antes de la convivencia. Son problemas originados fuera de la pareja, a partir de las vivencias familiares de cada uno, y de su primera inserción en el mundo. Problemas en los que también, en definitiva, han intervenido las “terceras personas” de las que hemos hablado más arriba.
El arte de amar ya no es, sólo, el arte de seducir y dejarse seducir. Es el arte de combinar los dos mundos diferentes que vienen con nosotros. Es el placer de ir edificando un mundo más, en el que los terceros van siendo buscados, creados, o reubicados, redefinidos, admitidos, rechazados. El mundo de la pareja: un mundo nuevo.

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