Cómo enseñar a aprender: la espiral del orden y el desorden

Sin disciplina, no hay creatividad. Sin creatividad, no hay disciplina. Sin disciplina y creatividad, no hay Escuela.

A los adultos no nos resulta fácil comprenderlo. Imaginamos esa escena ingenua, en la que un científico o un escritor tienen, de pronto, una intuición, mientras están descansando a la orilla de un río, y esa intuición los lleva a crear algo insólito e increíble: la Teoría Cuántica o la Quinta Sinfonía. La creatividad es, nos parece, un ataque repentino, maravilloso y regalado. Ese Max Planck o ese Beethoven no hicieron nada para que les diera el ataque creativo. Simplemente, tienen una cosa extraña llamada “talento”: “Se nace, ¿viste?”, es el comentario.
A nadie se le ocurre que la Novena Sinfonía haya sido el fruto de miles de horas de disciplina: de estudiar instrumentos, audioperceptiva, armonía, composición, contrapunto, de componer obras chicas y grandes, equivocarse, corregir, probar variantes. A nadie se le ocurre que la Teoría Cuántica haya necesitado de miles de horas de trabajo repetitivo y disciplinado, de cálculo, experimentación, discusión, digestión de bibliografía, años de creación de hipótesis para después rechazarlas y crear nuevas, y ensayar cadenas de argumentación y probarlas, disciplinadamente, hasta lograr que lleguen a la solidez de una teoría.
A pocos se les ocurre que, para ser creativo, haya que ser disciplinado.
O al revés: que, para lograr una verdadera disciplina, haya que aplicar la creatividad.
Por ejemplo, suele entenderse que, para que un joven consiga trabajo debe tener disciplina. ¿Qué quiere decir eso? Que debe ponerse a sí mismo reglas de cumplimiento obligatorio. La primera e indispensable: dedicar horas y horas a “patear la calle”, hasta conseguir el objetivo, todos los días, con regularidad y constancia.
Pero pocos se dan cuenta de que, generalmente, las personas que consiguen los mejores trabajos, aparte de su perseverancia y disciplina, son creativas para buscar. Es decir, no se mueven rutinariamente; buscan en sí mismas todos los campos en que podrían ejercer actividades, barajan todos los regímenes de trabajo posibles, tocan todo tipo de contactos, inventan medios para promocionarse, combinan actividades y hacen que una potencie a la otra. Un maestro mayor de obra, si es creativo en su búsqueda de trabajo, puede terminar ejerciendo su oficio, pero también puede convertirse en fabricante de ladrillos, o programador, o director de una escuela técnica o reparador de electrodomésticos, o muchas cosas más, según las posibilidades que el mercado ofrezca. ¿Cómo? Aplicando las disciplinas mentales que aprendió en su carrera a campos diferentes. Lo mismo que Beethoven y Max Planck, pero al revés.
Hay poca gente que sea al mismo tiempo disciplinada y creativa.
La Escuela debería preparar para esa combinación.
En la Escuela, un chico debe lanzarse a escribir todo tipo de textos literarios (creatividad), pero también debe tener ortografía y sintaxis sin errores (disciplina). Debe jugar y producir con los programas informáticos las redes virtuales (creatividad), pero también debe saber escribir con la mano sobre un papel, letra mayúscula y minúscula, clara y ajustada a un estilo universal (disciplina). Debe resolver problemas interesantes y ejecutar proyectos utilizando los conocimientos matemáticos (creatividad), pero también debe poder calcular mentalmente combinando las cuatro operaciones (disciplina). Debe poder elaborar razonamientos propios a partir de un texto científico (creatividad), pero también debe saber técnicas simples y claras para reducir un texto dado a sus ideas esenciales y memorizarlas (disciplina).
De ese modo, los Docentes y los Alumnos disfrutarán de la disciplina, porque sostiene la creatividad. Disfrutarán de la creatividad, porque la disciplina les mostrará las grietas por donde puedan intuir ideas nuevas y transgresoras.

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