Amor y libertad

Muchas veces se imagina el proceso de formación de una pareja como una conquista o una cacería. Y la vida de pareja, como una lucha por quién “lleva la batuta”. ¿Por qué el amor lleva las de perder?

La “despedida de soltero” es una ceremonia en la que se confraterniza con el amigo que “cayó” en la trampa, y se le asegura que el grupo va a estar siempre ahí para apoyarlo, cuando su mujer se vuelva insoportable. Por otro lado, se lo hace blanco de bromas: es el tonto a quien “engancharon” o “pescaron”. Hasta en el contexto ceremonial aparecen expresiones que aluden al poder y la sumisión, como la de los “lazos” del matrimonio. Tiempo después, el vocabulario de la esclavitud se profundiza: “mi señora”, “la patrona”, el “sí, querida”, el “no puedo mañana, por órdenes de la superioridad”, o, simplemente, “pará, que consulto con la bruja, así después no me rompe”. Luego, la añoranza de la libertad, expresada, por ejemplo, en los “viernes de soltero”. Y la reafirmación de la dependencia, la creencia de que uno de los dos es un incapaz y debe ser manejado: “ese tipo anda siempre desprolijo; no sé qué hace la mugrienta de la mujer, que lo manda a la calle con esa ropa”; o al revés: “conversá con el tipo mejor; no con la mujer, que no tiene cerebro; no sé con qué piensa”.
Toda esa red de palabras y símbolos tiende a entorpecer a las parejas, como una colonia de parásitos, y afirma una ley que no tiene nada que ver con el deseo de vivir juntos: “hay que asegurarse el control”. De ahí que entre él y ella se pueda ir colando la violencia, expresada no sólo en gestos, vocabulario, ironías, insultos o golpes, sino también en la manipulación: la combinación entre palo y zanahoria, en la que el sexo, el dinero y las tareas se otorgan a cambio de gestos de sumisión. La noche de placer contra el tapado de visón, el amante oculto contra la comidita caliente y la casa limpia, el “lo que pasa es que vos nunca estás” contra el “salí que estoy viendo el partido”.
Pero nosotros soñamos con lo contrario: una relación en la que, en cada momento, ella y él estén juntos porque lo deciden libremente. ¿Qué condiciones se necesitan para que esto suceda?
La primera, claro está, es que ninguno de ellos necesite, en principio, del otro. Que cada uno sea, por así decirlo, autosustentable: que tenga sus propios medios para, eventualmente, defenderse solo en la vida: educación, contactos, y capacidad para generar dinero para su propio sustento.
Pero con eso no alcanza. Ella y él deben tener, cada uno, un proyecto para sí mismo, además del proyecto de la pareja. La vida no debería agotarse en roles como el de amo de casa, proveedor o cuidador de niños. Si uno de ellos quiere poner en marcha un emprendimiento por su cuenta, o estudiar una carrera, o participar en un grupo político o religioso, o cultivar amistades propias, o encerrarse a escribir, o salir a plantar árboles en las veredas, tiene que poder hacerlo. Siempre pueden encontrarse modos, tiempos y lugares para que puedan coexistir la vida de pareja y la vida individual de cada uno.
De ese modo, él y ella tendrán todos los días la oportunidad de volver a elegirse. No llegarán a la vida en común vacíos y esperando todo del otro, sino llenos de sentido propio, sabiendo un poco mejor quién es cada uno y qué tiene de nuevo para compartir.

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